U.F.F. Arte

Escritos surgidos a partir de una mirada crítica a la relación que establecemos con el mundo desde la optica contemporánea del consumo. Hablar de situaciones que nos tocan en nuestro diario vivir, que nos hacen pensar que algo no funciona correctamente. Un cierto malestar se apodera de nosotros sin que podamos identificar exactamente de que se trata. ¿ Dejamos de ser usuarios? Lea.

EL COSTO DE LA CHICANERÍA

Su voz suave retumbo en mis oídos como una explosión de verdades que lastiman el ego: - “Ahora vas a chicanear con la cámara” - me dijo, en un tono tan dulce, como si se diera cuenta de la forma en que deben pronunciarse las palabras para que se conviertan en propuestas reflexivas.


DE SER USUARIO A CONSUMIDOR

Quisiera comenzar estos escritos desde mi experiencia personal, es desde allí que he asumido este proyecto, ya que siento mucha dificultad para hablar de cosas que no he vivenciado; esto me permite de igual manera estar siempre atento a las experiencias cotidianas, es en ellas donde se esconden las principales controversias de la vida.

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Su voz suave retumbo en mis oídos como una explosión de verdades que lastiman el ego:
- “Ahora vas a chicanear con la cámara” - me dijo, en un tono tan dulce, como si se diera cuenta de la forma en que deben pronunciarse las palabras para que se conviertan en propuestas reflexivas.
- “Es cierto, es más, pienso tomarte una fotografía para chicanear diciendo que conocí a la niña más bella del mundo” – le dije, medio aturdido aún, tanto por sus palabras, como por su belleza.
Me preguntaba, mientras ella se despedía con una sonrisa entre burlona y chicanera, si sabía el significado de la palabra y las connotaciones que tiene: no me pude dar cuenta; sin embargo, estoy seguro que hizo una lectura precisa de la situación y la relacionó de manera acertada con el término.
Chicanear podría utilizarse como verbo principal de esta sociedad consumista, pero ante todo, consumida por la idea de que “una imagen vale más que mil palabras”. La idea de valor se ha ido desvalorizando, hasta quedar convertida en precio: los objetos no valen, cuestan. El precio de los objetos por la vía del consumo fluctúa, se hace inestable, impredecible; camuflado entre las bondades de las cosas, tiene un comportamiento, pero al poco tiempo de que éstas han salido al mercado, se evapora, y es el consumidor quien las de(s)precia cuando aprecia el nuevo objeto de deseo. ¿Qué nos lleva a asumir esa actitud chicanera? por lo general es la carencia de algo inmaterial: afecto, poder, reconocimiento.
El costo de la chicanería es el temor, el miedo que se va apoderando del consumidor compulsivo, en sentido directamente proporcional al consumo desmedido.
Miedo que puede evidenciarse en dos aspectos: por un lado, la redefinición de los espacios; ya que el miedo físico, evidencia el temor no sólo a perder el objeto de deseo, sino a que nuestro cuerpo se vea afectado en el hecho, entonces los sitios tradicionalmente recorridos se convierten en caminos prohibidos, espacios tenebrosos y nuestra actitud comienza a dirigir nuestros pasos hacia otros lugares donde nos sentimos más seguros, ya que nadie acecha nuestros objetos para hacerse con ellos, pues las necesidades del otro se encuentran anidadas en el valor inmaterial del prestigio. Allí, chicanear tiene en su origen el germen punzante de la envidia, queremos ser como ó superior al otro, característica ésta, que tiene que ver con el otro aspecto del miedo: perder el estatus que vamos ganando gracias a la imagen aurática con la que nos cubren los objetos.
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Quisiera comenzar estos escritos desde mi experiencia personal, es desde allí que he asumido este proyecto, ya que siento mucha dificultad para hablar de cosas que no he vivenciado; esto me permite de igual manera estar siempre atento a las experiencias cotidianas, es en ellas donde se esconden las principales controversias de la vida.
Los temas económicos producen la sensación de que estamos alejados de tanta parafernalia de términos que no parecen definir a las personas del común, aquellas que caminamos a diario al acecho de miles de mensajes publicitarios que, de manera silenciosa, han ido cambiando nuestras condiciones relacionales con el entorno.Aún cuando seamos consientes de lo que pasa, nuestra voluntad ha sido anestesiada, y en su lugar se ha insertado la voluntad del otro, cuya cara no necesita esconderse: lo sabemos, es el mercado. La percepción de la realidad no es la misma después de haber sido inoculados por el virus publicitario; cada vez nos vamos transformando a imagen y semejanza de las políticas del mercado.Últimamente me he visto, no sólo rodeado y enredado en miles de cables, sino también sentado frente a pantallas de cristal que, cual espejos ciegos en el mejor de los casos, no reflejan mi imagen o como en el cuento de Harold Kremer (Espejo), anuncian mi muerte como ser humano.Cuando un nuevo aparatejo tecnológico llega a mí "poder" encuentro mil disculpas que explican los beneficios que me traerá, y así no sólo me lleno de cables y pantallas sino también de necesidades innecesarias.
¿Qué es lo que ha cambiado? Mucho, el paisaje comercial se ha enrarecido, los términos se van deslizando unos sobre otros para renombrar las nuevas intencionalidades del mercado que se reflejan en nuestra posición valorativa frente a los objetos.El uso que hacemos de los objetos es lo que en su momento determinó nuestra calidad de usuarios; sin embargo el valor de uso de aquellos estaba supeditado a la satisfacción de unas necesidades primordiales de los hombres; la industrialización multiplicó la producción de objetos y trajo con sigo un remanente de ellos que necesitaban una nueva valoración: el valor de cambio que conlleva al surgimiento de unas necesidades secundarias que escarban las más profundas motivaciones del hombre: la comodidad, el esparcimiento, el lujo estético, etc. El uso de los objetos tenía un carácter minoritario, ya que hacía referencia a unas satisfacciones primarias. Cuando los objetos se comienzan a mover en volúmenes más grandes el significado del término se vuelve obsoleto, entonces se hace necesario el surgimiento de otro que incluya la nueva realidad del hombre: el consumo. Y pasamos de ser usuarios a consumidores.
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