U.F.F. Arte

Su voz suave retumbo en mis oídos como una explosión de verdades que lastiman el ego:
- “Ahora vas a chicanear con la cámara” - me dijo, en un tono tan dulce, como si se diera cuenta de la forma en que deben pronunciarse las palabras para que se conviertan en propuestas reflexivas.
- “Es cierto, es más, pienso tomarte una fotografía para chicanear diciendo que conocí a la niña más bella del mundo” – le dije, medio aturdido aún, tanto por sus palabras, como por su belleza.
Me preguntaba, mientras ella se despedía con una sonrisa entre burlona y chicanera, si sabía el significado de la palabra y las connotaciones que tiene: no me pude dar cuenta; sin embargo, estoy seguro que hizo una lectura precisa de la situación y la relacionó de manera acertada con el término.
Chicanear podría utilizarse como verbo principal de esta sociedad consumista, pero ante todo, consumida por la idea de que “una imagen vale más que mil palabras”. La idea de valor se ha ido desvalorizando, hasta quedar convertida en precio: los objetos no valen, cuestan. El precio de los objetos por la vía del consumo fluctúa, se hace inestable, impredecible; camuflado entre las bondades de las cosas, tiene un comportamiento, pero al poco tiempo de que éstas han salido al mercado, se evapora, y es el consumidor quien las de(s)precia cuando aprecia el nuevo objeto de deseo. ¿Qué nos lleva a asumir esa actitud chicanera? por lo general es la carencia de algo inmaterial: afecto, poder, reconocimiento.
El costo de la chicanería es el temor, el miedo que se va apoderando del consumidor compulsivo, en sentido directamente proporcional al consumo desmedido.
Miedo que puede evidenciarse en dos aspectos: por un lado, la redefinición de los espacios; ya que el miedo físico, evidencia el temor no sólo a perder el objeto de deseo, sino a que nuestro cuerpo se vea afectado en el hecho, entonces los sitios tradicionalmente recorridos se convierten en caminos prohibidos, espacios tenebrosos y nuestra actitud comienza a dirigir nuestros pasos hacia otros lugares donde nos sentimos más seguros, ya que nadie acecha nuestros objetos para hacerse con ellos, pues las necesidades del otro se encuentran anidadas en el valor inmaterial del prestigio. Allí, chicanear tiene en su origen el germen punzante de la envidia, queremos ser como ó superior al otro, característica ésta, que tiene que ver con el otro aspecto del miedo: perder el estatus que vamos ganando gracias a la imagen aurática con la que nos cubren los objetos.

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